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Euskalkia | Euskara batua

En una ocasión, uno de Lakunza iba a Pamplona con siete mulas y pescado. En el camino se encontró con tres estudiantes. Cuando, desde lejos, le vieron, pensaron prepararle alguna travesura, y dos de ellos se ocultaron bajo el zarzal de junto al camino. El tercero empezó a conversar con el arriero.

—El pescado está hoy muy caro en Pamplona... No vivís mal los arrieros: ganar cuanto queráis, para comer el mejor pescado, para beber el mejor vino...

Le dijo:

—Hijo, ¿qué has hecho de mi mula? ¿Adónde la has llevado?

—Yo soy su mula.

—Cómo!

—Hace cuatro años cometí un gran pecado y el confesor me impuso como penitencia el que me transformara en mula. Ahora, he cumplido los cuatro años y heme convertido en hombre.

—¡Caramba! Muchas veces te he cargado en demasía y te he dado poco alimento. De todo te pido perdón. ¿Me perdonas?

—Sí, señor; todo está perdonado.

Dejado el cabestro, se fue el muchacho. Al volver el arriero a casa y ver la mujer que venía con una mula menos,

—¡Carambal!—dijo la mujer—En el juego o algo semejante habrás perdido tú la mula, ¿eh?

—Espera en paz un poco, pues ya te lo diré.

—Dilo.

—Un hijo de Pamplona, joven galán, ha andado cuatro años hecho mula y conmigo.

—¿Qué dices? ¿Y no le has pedido perdón?

—Si, por cierto, y también me lo ha concedido.

—Si. ¡Cuántas veces te dije yo que aquello era demasiado bonito para mula!

Al poco tiempo, nuestro lacunzano se fue a una feria de Tafalla, y allí encontró la mula robada por aquellos astutos estudiantes. Por cierto que bien pronto la reconoció. Se le acercó y le dijo a la oreja:

—¿También ahora ha cometido usted algún pecado grande? (Le habló de usted con gran respeto.)

—¿Quieres comprarlo? Esa de venta —le dijo el vendedor.

—No; si quieres, guárdalo para ti, Yo estoy bien escarmentado.