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Predicaba un día un párroco de Zuberoa. Mientras duró el sermón estuvo llorando amargamente una ancianita llamada Mañañi (Mariana). El sacerdote habló reciamente (como que era hombre de cuatro quintales de peso), tratando duramente a los oyentes. Vió a Mañañi que se derretía a lágrima viva. Guando llegó a casa, encargó a la llavera fuése en busca de Mañañi para invitarla a comer con él. De miedo, llegó Mariana y de miedo sentóse a la mesa.

El sacerdote:

- ¿Por qué habéis llorado tanto, Mañañi?

- Mañañi no quiso decírselo. El sacerdote le dió vino en abundancia. En cuanto terminaron de comer, hizo le aquél la misma pregunta.

Mariana, ya más animosa, gracias al vino, empezó a decir:

- Señor, hace poco se me cayó mi burro. ¿Lo sabéis?

- Si.

- Se le quebró la nuca.

- También. ¡Lástima!

- Y murió.

- Es sensible, Mañañi, muy sensible.

- Y hoy, estando oyendo vuestro vigoroso sermón, creía, señor, que mi burro rebuznaba, y yo, venga llorar.

Inmediatamente la sacó de casa el señor rector.

Oído en Zuberoa, de labios de una hija de Ligui.