Un aldeano natural de Amoroto tenía la mala costumbre de soltar palabrotas. No ha llegado a nosotros su nombre, sí su apodo: Kirrua. A cada triqui-traque decía: Demonio, Rayo, Barrabás, Maldito... y demás.
Al finalizar la Cuaresma fui, como de costumbre, a confesarse y el sacerdote le dió de penitencia por cada blasfemia que pronunciase hiciese celebrar misa de dos pesetas en sufragio de las almas del Purgatorio.
Desde entonces, a Kirru jamás se le oyó ninguna palabra grosera. Una vez que con un carro iba monte arriba por argoma y cuando ya estaba el carro completamente lleno, ¡no se le rompe la delantera y empieza a resbalar el carro! Entonces, Kirru, mordiendo los labios, gritó:
- Ya le llevan, ya le llevan.
- ¿Qué o quién le lleva? -le preguntaron algunos.
- Todos los demonios y los barrabases del Infierno llevan precipitadamente mi carro -fué la contestación de Kirru.
Al día siguiente celebró el párroco de Amoroto una misa de dos pesetas.
María Josefa Izpizua, de Gabika.
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