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Tres muchachos ladrones, abandonando su respectiva casa, se dedicaban en el monte a robar: a las vacas sorbían su leche por la ubre, mataban y comían novillos... y demás. Muchos, cazadores y no cazadores, salieron a cogerlos. A dos consiguieron aun matarles. No podían con Juan Miguel. Él les dijo:

- A mí no podréis matarme sin que me confiese.

Le trajeron un sacerdote.

Luego que se hubo confesado, algunos, que a su lado estaban, algún tanto asombrados, le preguntaron cómo podía ser que los demás sí y él no podía morir sin antes confesarse. Y él respondió:

- Porque los viernes de todas las semanas he solido ayunar.

Un hombre llamado Felipe Saralegui, que murió teniendo noventa años (era él del caserío que tiene por nombre Larramendi), decía, según aseguran, que él llegó a conocer a aquel Juan Miguel.

Mariana Ciriaco, de Amezketa.

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