En la aldehuela de Arratia, llamada Igorre (en castellano, Yurre), vivía en una casa, que tenía por nombre Garamendi, un hombre alto, enorme, llamado Silvestre (Chilibristo). Tenía una fuerza, ¡Jesús, María y José! De Urkusu arriba a Garamendi solía llevar el carro en la espalda, calcúlese. A la orilla de un arroyo encontró en cierta ocasión un peine, lo metió en el seno y se iba adelante nuestro Silvestre. Una lamia le dijo:
Chilibristo: dadme el peine;
si no, yo atentaré a vuestra vida.
Silvestre agarró a la lamia del gaznate y la llevó a casa, a Garamendi. La tal lamia era, como todas, ciega aficionada a la leche. Se les pasaron días y días a los de casa sin poder conseguir que aquella alimaña que tenían arrestada soltase una palabra. Parecía muda. Una vez, estando ella en la cocina, empezó a hervir la leche en la caldera. La lamia, para que no se perdiera la leche, se dio a hablar, diciendo:
-Lo blanco arriba, lo blanco abajo.
Entonces la trataron con cierta dureza por que hablara más. Uno le preguntó cómo se podían destruir las lamias. Respondió lo siguiente:
-Las lamias serian destruidas andando en el arroyo con arado dos novillos abigarrados nacidos en la mañana de San Juan.
Estas palabras de la lamia se esparcieron pronto de barrio en barrio y fueron registradas todas las cuadras de Arratia en busca de novillos abigarrados de la mañana de San Juan. En los días sucesivos, los tales novillos, con más ganas que rompiendo terrones de heredades, se ocuparon en pasar el arado en los arroyos, por espantar así a las lamias. Desde entonces no ha aparecido ni siquiera una en aquellas comarcas.
Oído a un natural de Yurre (Arratia).
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