Este hombre era sacerdote y además cazador. En cierta ocasión, estando él celebrando misa, los perros traían una liebre por delante, y cuando tenían que pasar por junto a la iglesia el sacerdote cazador oyó sus ladridos y, sin tiempo ni para quitarse los ornamentos que tenia puestos, salió de la iglesia y empezó a correr tras los perros. Desde entonces, ahí, en alguna parte, anda Mateo Silbo, siempre andando, sin detenerse ni siquiera una vez. Cuando va él a alguna parte cerquita de uno, se oyen ladridos diferentes de los tres perros: el uno, au, au, au; el otro, i, i, i; el otro, gro, gro, gro. Mateo Silbo deja siempre una tempestad detrás de sí y la tempestad traída por él dura por lo menos quince días.
A él jamás le ha visto nadie.
Mariana Ciriaco, de Amezketa.
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