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En las inmediaciones de un hermoso pueblo en que vivía el rey había una gran sima y en ella se guarecía una tremenda serpiente de siete cabezas, por nombre dragón. Esta gran serpiente devoraba mucha gente. El pueblo hizo un contrato con el dragón: se le entregaría al año una muchacha con la condición de dejar en paz a los demás.

Todos los señores de las casas echaron a suertes para saber cuál de las muchachas habían de dar al dragón, y le correspondió a la hija del rey. Entonces el rey hizo saber en todo su reino que el que librase a su hija del dragón se casaría con ella y le haría heredero del reino.

Cuando llegó el día, ataron en un árbol a la hija del rey. LIevados de la curiosidad, subieron muchos a las ramas de los árboles de las inmediaciones. Sin embargo, ni uno solo aparecía  sobre el suelo. Poco antes de aparecer el dragón llegó a aquel lugar un pastor, teniendo a un perro a su lado. A la muchacha atada preguntole:

―¿Qué hace usted?

Y al saber de boca de la hija del rey lo que allí ocurría, se sentó detrás del árbol, teniendo junto a sí el perro.

En seguida apareció, con estrépito, el dragón. El pastor, entonces, le dijo a su perro:

―César, agárratele.

Y el perro se agarró a la gigantesca alimaña y la despedazó. El pastor soltó en seguida a la muchacha. Bajaron los criados del rey que estaban en los árboles de las inmediaciones y vistieron con siete sayas a su joven dueña, y un hombre cortó las siete cabezas del dragón y las llevó a casa en un gran saco. Antes de meterlas en el saco, el pastor arrancó la lengua a cada una de las cabezas, y también un pedacito a cada saya que tenía la señorita hija del rey.

Dio el rey un gran banquete, la comida de despedida de soltera. En la presidencia estaban sentados él (el rey), su hija y el prometido de la hija. Este novio era el que llevó las siete cabezas en el saco. Nadie, ningún cortesano del rey invitó a la comida al pastor. Hacia el final, y sin que los demás se dieran cuenta, apareció también aquél, acompañado del perro. Por tres veces mandó a su César en busca de un plato (comida).

La hija del rey se azoró al ver al perro, pues le conoció. El rey mandó a sus muchachos que atasen aquel perro, el que, para entonces, se había marchado adonde su amo, adonde el pastor. Entonces éste, levantándose, se presentó delante del rey diciendo estas palabras:

―Este mi perro ha destruido al dragón. Por consiguiente, yo soy el que debo casarme con la hija del rey, conforme a su promesa.

Surgió un gran alboroto. El novio, que estaba sentado a la mesa, presentó las siete cabezas del dragón en una gran bandeja, diciendo:

―Yo lo he matado.

―Esas cabezas necesitan algo ―le añadió el pastor―. He aquí las siete lenguas de esas cabezas, que las he tenido guardadas en los pedazos de las siete sayas de la muchacha.

El fue el esposo de la muchacha y el yerno y heredero del rey.

J. Echarte, de Dancharinea (Ainoa).

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