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Dos naturales de Oroz-Betelu, que llevaban casados unos años, no pudiendo convivir, fueron a su señor cura ya declinada una tarde, al obscurecer, diciéndole lo siguiente:

- Señor, hemos sabido que vos, así como nos casasteis, podéis disolver y deshacer nuestro matrimonio. Si esto es verdad, quisiéramos separarnos uno del otro y vivir aparte.

- ¿No tenéis acaso paz entre vosotros?

- ¿Paz? La tenemos casi como la del infierno.

El sacerdote, asomándosele la risa a los labios:

- Sí, amados míos -les dijo-; para vivir ahora como en el infierno y con la discordia y riña vuestra ganarlo para después, os vale más disolver cuanto antes el matrimonio. Venid mañana a misa, como la mañana de vuestro casamiento, y estad en el portal de la iglesia. Yo haré las cosas debidas.

Al día siguiente, por la mañana, cuando tocó la campana de la misa, aquellos esposos se reunieron en el pórtico con sus parientes y amigos. Apareció el cura vestido de bellos ornamentos, teniendo al sacristán por delante con la cruz; y también empezó a murmujear, haciendo como que leía del libro en latín, poniendo de rodillas junto a él los dos casados, y a continuación dio con el hisopo un cosque en la cabeza al hombre..., poco después a la mujer. Cuando empezaron los cosques a hacerse más duros y frecuentes, preguntaron, llorando, marido y mujer:

- ¿Durarán tal vez mucho estas oraciones para disolver nuestro matrimonio?

- Yo no sé otra cosa que ésta: que el matrimonio durará hasta que uno de los dos muera.

- Pues vámonos a casa, y tal como nos lo prometimos al casamos, vivamos en paz y largo tiempo -dijo el marido a la mujer.

- Haciendo eso, evitaréis el infierno de ahora y el de luego.

Diciendo esto, entró el sacerdote en la iglesia a decir misa.

Maximino Iziz, de Iriberri (Villanueva), en Aezkoa.

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