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Un hombre hacendado, ingenioso y anciano, estando en la hora de la muerte, le dio estos tres consejos al hijo mayor. El primero: nunca plantes arbusto alguno delante de la casa. El segundo: jamás adoptes por hijo ningún hospiciano. El tercero: si alguna vez te casas, no le descubras todo tu interior (todos los secretos) a la esposa.

En cuanto falleció el ingenioso y anciano padre, se casó el hijo, y casi todos los días iba de caza. Recordaba con frecuencia los tres consejos del padre, y, al parecer, porque las cosas prohibidas parecen más dulces, adoptó tres resoluciones (aunque no las tres a la vez), precisamente contrarias a aquellos tres consejos.

Estando una vez en la mesa le dijo a la mujer:

—¿Qué opinas de esta mi idea? Aunque el padre me aconsejó que no plantara ningún arbusto delante de la casa, ¿no te parece que un hermoso árbol vestiría la entrada de la nuestra?

—¡Ideas de los viejos! Si; una planta de pino produciría buen efecto.

A los pocos días allí tenían una planta de pino.

Aunque llevaban cuatro o cinco años de casados, ya que su esposa no tenía descendencia, le ocurrió adoptar por hijo a un hospiciano. Pero antes de adoptar resolución al¬guna, le pidió parecer a su esposa. Después de recordar el ejemplo del padre:

—¡Cosas de viejos! — añadió también esta vez la mujer—. Todos los vestidos no suelen ser hechos por una misma; con todo, a los vestidos hechos por alguna costurera se les tiene el mismo cariño que a los hechos por manos propias. Cuando una no tiene, se puede adoptar, sí, un hospiciano.

Antes de pasar muchos días, allí tenían en casa un muchacho adoptado como hijo.

Hacía ya tiempo que semanalmente se presentaba a la puerta de casa un mendigo, un pordiosero, llamado Domingo Rojo (Txomin Goŕi). El señor de casa le cobró gran cariño. Le llevaba consigo como compañero de caza y allí le tenían con ellos a Txomin como medio criado medio familiar. Si el amo estaba contento con él, ya se puede colegir cuán alegre viviría él con su amo.

Con frecuencia recordaba el hijo el tercer consejo que le diera el padre antes de morir. Nunca se lo quiso manifestar a su esposa, para que el recuerdo de su padre no le fuera odioso. Una vez que iban de caza:

—Domingo —le dijo al criado viejo—: ya sabes qué día es el próximo sábado en nuestra casa. Se nos casa nuestro hijo adoptivo. Su esposa no querrá cohabitar con uno que ha sido pordiosero. Y, por favor, te pido que por espacio de dos o tres meses, hasta que se aclaren las cosas, vivas en otra parte. Esto quisiera de ti de todas veras y a fuer de amigo. Mientras tanto, yo te daré el dinero que necesitas para vivir. Otra gracia: deja crecer la barba y vive, con nombre supuesto, de manera que nadie te conozca. Y si yo alguna vez llamo a Txomin Goŕí para alguna cosa, preséntate. Por Dios, no eches en olvido esto que te he advertido últimamente.

Prometiendo que no lo olvidarla y dando muchas gracias y diciendo;

–Que le haga Dios dichoso a mi gran bienhechor —y besándole la mano se apartó de él Chomin Gorri.

Al mediodía, al llegar el amo solo, cuando le preguntó la mujer:

—¿Dónde le tienes, pues, a Txomin?

—Esposa —le contestó el marido--: no puedo guardar en mí secreto que tú no sepas. Necesito decirte, siquiera para desahogarme. Por la mañana temprano, al ir ambos de caza, por una fruslería, y por vez primera, nos hemos enfadado, y no pudiendo contener mi rabia le he dejado muerto.

—¡Ay, qué he oído yo!

—Esposa: por lo que a ambos nos interesa, no enteres a nadie de la desgracia que hoy ha ocurrido.

—Yo, no.

El sábado siguiente, reunidos los amigos, parientes y todos los vecinos, con ocasión de la boda del hijo adoptivo, sacrificaron la mejor ternera y tuvieron un gran banquete. Durante la comida, y de intento, tuvo el amo de la casa un enfado con su esposa y le arrojó a la cara un hueso. Despechada, entonces, la esposa:

—Señores les dijo a todos los convidados—, ¿no sabéis quién es éste? ¿No sabéis lo que ha hecho éste el día pasado? Como consecuencia de una riña, él mismo le ha dado muerte a Chomin Gorri.

Al oír esto, todos los comensales se levantaron y salieron fuera. Aquella noche el amo de la casa durmió en la cárcel. Y tras unos días fué sentenciado por el juez para ser ahorcado. Para horca eligieron una rama principal del hermoso pino de frente a la casa.

La tarea más difícil del abogado fue el hallar un verdugo. Nadie quería encargarse de ese tremendo oficio. Tanto los del vecindario como los de fuera tenían cariño al reo. Los que le conocían le tenían por bueno, por hombre de mucho corazón y dadivoso. Al fin, se ofreció para ese menester aquél de quien menos se podía esperar: el recién casado, el hijo adoptivo, con la condición de que le pagaran dieciocho mil reales.

Cuando le llevaban a la horca, al llegar frente a la casa, debajo del frondoso pino, el sentenciado pidió al juez permiso para hablar.

—Si yo ahora trajera a nuestra presencia a Chomin Gorri, ¿me dejaríais libre?

Muchos se rieron. El juez le contestó que sí.

Entonces, soltando los grillos de la mano con permiso del juez y subiendo a la cima del pino, llamó él:

—Chomín Gorri.

Muchos se rieron.

—Chomin Gorri —por segunda vez.

Mayores risas y más abundantes. A la tercera, habiendo gritado más que las anteriores, desde algo lejos:

—Ya vengo —respondió alguien.

Nadie estaba entonces para reir. Los más estaban temblando y con la boca abierta. De barba cana y cubierta la cabeza con sombrero arratiano, apareció Chomin Gorri, pareciendo ser algún otro. Al verle, los más creyeron que era alguno que venía del otro mundo. Muchos de entre ellos, temblando horriblemente, habían dado comienzo a la huida.

—Quietos aquí todos —dijo el amo de la casa, una vez bajado de la copa del pino

—Oigan los tres consejos que me dio el padre poco antes de morir. El primero: «Nunca plantes arbolillos frente a la casa.» Y nosotros, para que me sirviera de horca, plantamos éste. El segundo: «Nunca adoptes por hijo a ningún hospiciano.» Y nosotros adoptamos a éste que aspiraría a ser mi verdugo. El tercero: «Si alguna vez te casas, no manifiestes todos tus secretos a la mujer.» Y yo, para saber hasta qué punto llega la fidelidad de la mía, inventé la fingida muerte de Chomin Gorri. Hombres: mi padre, con toda verdad, fue Cabeza (jefe, porque era el amo) y la Cabeza, pues la tenía ingeniosa y profunda.

N. Ajuria, de Olaeta (Aramayona).

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