De un rebaño de corderos iban huyendo dos moruecos a las ovejas. Al pasar por un bosque, les salió un lobo y les dijo:
—Os digo de veras que tengo que comer a uno de los dos.
Al oír esto, los moruecos empezaron a llorar, y, plañendo, le decían: El uno:
—Déjame a mí.
El otro:
—A mi no me comas.
El lobo, dispuesto ya a tomar de ellos un hartazgo, les dijo:
—Callaos; tratad entre vosotros quién de los dos ha de ser.
Allí mismo se ocuparon de ello los moruecos, y dijeron al lobo:
Tú estate aquí quieto; nosotros nos pondremos a tu lado, cada uno por nuestra mano. Nos atrasaremos doce pasos, de allí empezaremos a correr al mismo tiempo, y tú dejarás con vida al que llegue el primero a darte un beso.
—Bien —les dijo el lobo—; pero que sea en seguida.
En un Jesús (en un momento) hicieron los moruecos su esfuerzo: corriendo, llegaron ambos al mismo tiempo. Al darles su beso, al lobo se le fueron los intestinos por los riñones y todas las costillas se amontonaron, ya destrozadas.
En señal de triunfo, hablaron así los moruecos al lobo:
—Te damos esta advertencia a cambio de lo que tú querías hacer a nosotros. Conserva el apetito para hartarte de nosotros, hasta que de nuevo lleguemos a saludarte.
Cada uno le metió por las narices un cuesco y luego se fueron por el camino que llevaban.
Mariano Mendigacha, de Bidangoz (Roncal).
Created and designed by Euskomedia.org
© 2012 by Resurreccion Azkue