El cura de Berástegui no estaba satisfecho de sus feligreses. Para traerlos a buen camino, siendo su hermana la mediadora, se le ocurrió hacer algo, y en una ocasión subió al púlpito y les dijo:
-Venid todos, grandes y pequeños, todo el pueblo, el próximo domingo a misa mayor, pues necesito deciros algo grande, que merece la pena de oírse.
Según el deseo del cura, se reunió todo el pueblo en misa mayor. Subió el sacerdote al púlpito y dio comienzo así a su sermón:
-Berasteguianos: el día pasado, queriendo tener noticias de los hijos de aquí, salí del mundo e hice una escapadita. Primeramente, fui al Cielo llamé a la puerta y me salió San Pedro. Me preguntó qué era lo que quería. «San Pedro —le dije—, hay aquí algún berasteguiano? No hay ni muestra», me contestó.
Fui después al Purgatorio. También allí toqué la puerta y pregunté: «¿Hay aquí algún berasteguiano?» ¿Sabéis quién era aquel pobre hombre Pedro José? Me respondieron que no había allí otro berasteguiano sino aquél.
Por fin, fui al infierno y llamé a la puerta. Al demonio que salió a ella le pregunté: «¿Hay aquí algún berasteguiano?» «Todo está cubierto de berasteguianos», me contestó.
Después de dar cuenta el sacerdote de sus andanzas por el otro mundo, riñó fuertemente a sus feligreses:
-Berasteguianos: sois malos y habéis agotado la paciencia de Dios. Por eso, os va a infligir un gran castigo.
Luego, mirando a la bóveda de la iglesia y con gran voz, dijo:
-Señor: arroje ese fuego. Que se abrasen todos los malos berasteguianos.
Tal como había dicho el cura, cayó de la bóveda de la iglesia un pedazo de estopa ardiendo, y todos los feligreses quedaron asombrados,
-Señor: arroje más —dijo nuevamente el cura.
Y también por segunda vez cayó un gran pedazo de estopa ardiendo.
La gente se pisoteaba en la puerta, pretendiendo salir fuera.
El cura dijo:
-Arroje más.
-Señor: se ha terminado la estopa -le dijo su hermana desde la bóveda de la iglesia.
Justo Albizu, de Ulzama.
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