A una mujer, estando casada por segunda vez, se le presentó un mendigo cojo a pedirle algo. La mujer le preguntó de donde era y de donde venía.
- Vengo del Cielo -le respondió-, con permiso de Dios, por si recojo aquí algo entre buenas gentes, para estar después más acomodado con esas cosas.
La mujer, sorprendida (dijo):
- ¡Que! ¿Acaso los que estáis en el Cielo os halláis en necesidad de algo?
- Sí, mujer. Aun allí no somos todos iguales. El que tiene mucho (está) mejor que el que tiene poco.
- Mi primer marido anda allí en alguna parte. ¿Le conocéis?
- ¿Cómo se llama?
- Pello Bidegain.
- ¡Conocerle! Es amigo íntimo mío.
- ¿Y cómo está él?
- Pues también aquel, así, así, dispuesto a recibir algo si tuviera un dador.
Entonces la señora le trajo de arriba unas onzas de oro que tenía en la arquilla, dándoselas para su difunto marido. El otro se las recibió contento y dijo:
- Estas onzas de oro llegaran directamente a sus manos y el gozo que con este recuerdo ha de sentir su marido Pello, ¡que gozo ha de ser!
Entonces se fue el mendigo cojo.
Al mediodía, volvió a casa, después de terminar su trabajo, el segundo marido de la mujer, y de boca de la asombrada señora de la casa oyó estas palabras:
- ¡Oh, Miguel! He tenido noticias de mi difunto Pello. Dicen que estar en el Cielo, sí; pero no tan bien como aquí se dice.
- ¡Quién te ha dado esa noticia?
- Un mendigo cojo que, con permiso del Señor, ha bajado del Cielo, y yo le he entregado para mi difunto marido unas onzas de oro.
- ¿Qué camino ha tomado ese hombre?
En cuanto supo de su mujer esto, sin decir una palabra más, cogiendo por montura el hermoso caballo que tenía en casa, salió a galope por el camino que le mostró la mujer, con el propósito de quitar las onzas a aquel hombre charlatán. El mendigo, que iba en lo alto de una montaña, pronto advirtió quien le venía por detrás, y viendo que no tenía tiempo para ocultarse, sentóse sobre un saliente de piedra. Inmediatamente tenía allí al jinete.
- ¿Has visto, amigo, a un mendigo cojo yendo en este camino?
- Sí, mi hombre; le he visto, y hasta he advertido que tenía miedo de alguien. Miraba atrás y corría, miraba atrás y volaba, y no pudiendo hacer otra cosa, se ha metido en ese jaro: no puede estar lejos. Entonces el jinete le dijo:
- ¿Por favor, me tendrás este caballo?
- Sí, y por cierto con mucho gusto. Mi corazón se ensanchará sobremanera con que tú busques a ese cojo.
Mientras nuestro hombre se metió en el jaral y andaba mirando todos sus rincones, el otro, subiendo al caballo como podía, echó a correr. El escudriñador del matorral llego al camino al cabo de un cuarto de hora, rasgadas todas sus vestiduras, y al advertir que estaba sólo, conoció que el otro le metió buena cuña. Cuando llegó a casa, con el corazón contristado, la mujer le preguntó al marido:
- ¿Has tenido ocasión de hablarle?
- Sí, he tenido.
- ¿Le has dado algo?
- Sí, el caballo para el camino.
Oído a D. Cruz Goyeneche, hijo de Elbetea (canton).
Una versión de este cuento recogí en Zuberoa. Otra recogió Kirikiño ¿en Mañaria? y la publicó en Euskalzale.
La versión suletina es como sigue:
Vivía una mujer casada par segunda vez. El primer marido fue Juan, el segundo Pedro. Una vez, no hallándose este en casa, se le presentó un hombre a la mujer.
- ¿Está usted? -le preguntó.
- ¿Usted también viniendo?
- Sí.
- ¿De dónde viene usted?
- Del otro mundo.
- ¿Que noticias (hay) en el otro mundo? ¿Ha conocido usted a mi Juan?
- Le conozco, sí; está muy reducidito, medio desnudito, tiene también poco dinero.
- ¡Pobre! ¿Quiere usted llevar algo a mi Juan?
- Sí, sí.
- Zapatos que dejó aquí y Pedro no puede meterlos, además medias, calzones, interior, faja, elástico y boina.
- ¿De alimentos, nada?
- Tocino, chorizo, borona... ¿Tiene usted bota?
- No, señora; pero aun en botellas puedo llevar cuanto vino se quiera. ¿No tiene usted dinero para enviarle?
- Le daré a usted para él una moneda de cincuenta pesetas; y dígale que le amaba yo aún más que a Pedro.
El recadista fue alegre. Poco más tarde, vino Pedro a casa. La mujer le refirió lo que había sucedido. Pedro, diciendo:
- Demonio -sacó de la cuadra la yegua y se fue (pronunciando)-: como hay Dios, le alcanzaré, sí.
El recadista del cielo temía, y de vez en cuando miraba atrás. Viendo de lejos que alguien venía a galope montado en una yegua, ocultando entre zarzas las cosas de entre manos, se sentó en la esquina del camino.
Llegó el de la yegua y preguntó:
- ¿Está usted?
- ¿Ha venido usted?
- Sí. ¿Ha visto usted a alguien teniendo unas cosas en las manos?
- Vaya que sí. Ha ido por ese sendero de ahí.
- ¿Cómo puedo yo ir, si no puede entrar la yegua?
- ¡La yegua! Mientras usted anda en busca de él, la tendré yo mismo.
Mientras Pedro estaba allí, el recadista del cielo recogió las piezas de antes y, con la yegua, se escapó. Pedro llega a casa triste. Mostrose alegre, para que no le riñera la mujer.
- Pedro, ¿has venido?
- Sí.
- ¿Le has encontrado?
- Sí, y para que más ligero llegue al cielo le he dado la mula.
La versión bizkaina recogida por Kirikiño puede leerse en Euskalzale, tomo III (899), pág. 45, con el título de Zerutar bat.
Lo más curioso del caso es que este cuento figura entre las obras dramáticas de Hans Sachs, celebérrimo zapatero y poeta de Nuremberg, con el título Der fahrende Schuler im Paradies, sainete o pieza de carnaval para tres personas, estrenado, segun parece, el día 8 de octubre de 1550. Tiene, naturalmente, algunas variantes que el estudioso lector puede ver en la edición de Leipzig Hans Sachs dramatische Werke, tomo II, pág. 81. Es posible que esta versión germana sea la madre de las demás versiones. Para decirlo, me fundo en que el tunante, al entrar en el cortijo de una sencilla aldeana que deplora la muerte de su primer marido, le dice que él puede dar noticia de muchas cosas que ha leído en libros ..., y que ha estado en Venasberg (Montaña de Venus)... y viene de París. lhr kommet her vom Parodies? (¿Vos venís del Paraíso?), le pregunta la mujer, confundiendo la villa francesa con la patria celestial; y empieza a pedirle noticias de su marido. Una curiosa variante publicó Menditar, E., en el semanario Argia del 19, en la que, a imitación de París y Paradís, se juega con las palabras Ceutatik (desde Ceuta) y zeruetatik (desde los Cielo).
Cerquand publicó una versión labortana con el título francés Mari et femme, en Lettres et Arts de Pau (1874-1875), pág. 288. En su página 274, y al pie de la traducción del cuento, se lee esta curiosa nota: Cette anecdote, avec tous ses détails, se trouvé dans un recueil du XVII´ siècle (La Gilecière de Mome) ..., etc.
Wilhelm Giese publicó en Rev. int. de est. vascos, XVIII-417, el mismo cuento recogido por Cerquand y añade: «Este cuento es de un interés especial, porque tiene su origen en un cuento muy difundido a fines de la Edad Media o principios del siglo XVI, del cual se han conservado tres versiones alemanas del siglo XVI. La más vieja está en la colección de cuentos Schimpf and Erni, del franciscano Johannes Pauli, aparecida en 1522.»
En esta versión está basado el drama Der fahrende Schüler in Paradies, de 1550, que tiene por autor al famoso poeta Hans Sachs, de Nüremberg, y de ésta se deriva la versión incluída en el Rollwagen Buchlein, de Jorg Wickram, de 1555.
A continuación publica Giese la versión de Pauli, lingüísticamente modernizada, y tras ella da a conocer, una en frente de otra, las versiones castellanas de los originales alemanes y vasco.
El curioso lector podrá ver que el último episodio del cuento alemán, que falta en la versión labortana, figura en el texto baztanés, que se ha dado a conocer páginas atrás.
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