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Había en la cima de un monte del País Vasco, un lobo. Si fuera necesario, podríamos saber con certeza en cuál de los montes estaba. Tenía cierta edad aquel lobo; las piernas le habían empezado ya a encorvarse y debilitarse; los dientes, a desafilarse y muchos se le habían ya caído. En un tiempo había sido cazador ágil y despierto. ¿Pero es verdad que la vejez no tiene nada bueno, especialmente para los cazadores? Allí estaba, pues, el pobre lobo debilitado por el hambre, enseñando los huesos por dentro de la piel. Estaba pensativo, sin saber qué hacer, para apoderarse siquiera de un corderito. Pero tan pronto como veían desde lejos al lobo, huían las ovejas y corderos. Por otra parte, los pastores y los perros no le dejaban acercarse al rebaño. ¿Qué hacer para vivir?

He aquí lo que se le ocurrió. Un día, estando todo el rebaño tumbado, durmiendo, las ovejas durmiendo bajo la sombra, el pastor durmiendo, durmiendo el perro, se acercó suavemente el lobo; le roba al pastor sus vestidos, su calzado y su palo. Se pone él los andrajos del pastor y de pie sobre sus patas traseras, agarrando el palo con los dos brazos y apoyando la cabeza en él, cual si fuera un hombre, dice para sí:

—¿Lo que es el exponer la vida? ¿Pero cómo no se les ha ocurrido, hasta ahora, a mis semejantes, que el mejor medio para que un lobo viva dulcemente y sin miedo es el hacerse pastor?

Estaba ensimismado, riéndose, se relamía los labios y se le figuraba que comiendo de aquellas ovejas, una cada día, tenía abundante riqueza. Pero queriendo proceder lo mejor posible se le ocurrió silbar, como los pastores, para reunir el rebaño; y, abriendo la boca para ello, en vez de silbido, hace oír un espantoso rugido, que hace temblar las rocas de la montaña. Con tal motivo se despertaron de su sueño todas las ovejas, el pastor y el perro.

—¿Qué diablo es esto? ―dijo el pastor, viéndose desnudo y al lobo dueño de sus guiñapos.

Estaba aturdido, pero al ver que bajo el capisayo aparecía la cola del lobo, de un brinco quitó su palo al lobo de entre las garras, y diciendo.

—Ea, perro, ea ―le golpeó, zimpi-zampa, fuertemente.

Las ovejas huyeron hacia la montaña. Los perros, ladrando y mordiendo, enviaron al pobre lobo como desangrado y la cabeza baja.

Aprendido en Donazaharre (Garazi).

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