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Juan Ukhularte, si conocía, cada una con su nombre, todas las reses mayores y menores del pueblo, no pudo meter jamás en la cabeza las palabras del Pater Noster. En aquellos tiempos, nadie sabía leer y ni el cura ni la madre no pudieron hacer aprender de memoria a Juan el Padrenuestro.

Un día, habiendo sumado el cura (y visto) que en el rebaño que Juan conducía diariamente a pastar había tantas ovejas como palabras tiene el Padrenuestro, ni una más, ni una menos, le dijo al pastor:

- Tenemos que bautizar los dos tus ovejas, según pasen delante de nosotros, una por una y una tras otra sendero arriba.

- Con mucho gusto (lit., sí y sí).

Empiezan a darles nombres. Primeramente al morueco le llaman Pater, a la oveja que va detrás de él Noster, a la tercera Qui, a la cuarta Es, a la quinta In, a la sexta Caelis... y a la última Amén.

Luego de haber terminado el cura, manda a Juan que haga pasar de nuevo el rebaño por delante de ellos, nombrando cada res, por ver si falta alguna. Y una vez, dos veces, las hace pasar ocupando cada cual siempre el mismo puesto, sin mezclar nunca, según lo acostumbraban. Y he ahí cómo Juan, con nombrarlas, pronuncia el Padrenuestro de un extremo a otro, sin olvidar una palabra. El cura estaba muy satisfecho. Juan también.

De allí al cabo de unos cuantos días hace el cura que Juan repita de nuevo los nombres de las ovejas.

Empieza Juan:

- Pater, Noster, Qui, Es, In, Caelis, Nomen, Tuum ...

- Calla, calla, Juan, calla. Se te ha olvidado Sanctificetur.

- No, señor cura; no se me ha olvidado; sino que ya no hay más Sanctificetur, pues me la ha comido anoche el lobo.

Fabien Hastoy, de Atharratze.

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